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El precursor del panda rojo vivió en Madrid hace nueve millones de años |
El hallazgo, concretamente un molar impecablemente conservado, completa la veintena de huesos ya encontrados allí, de este rarísimo ejemplar de vertebrado que confirma la riqueza paleontológica del lugar, una antigua mina de sepiolita explotada por la empresa Tolsa. El Gobierno regional promueve la excavación desde 1991 en nueve campamentos del cerro.
El terreno del cerro testigo de Batallones, su componente yesífero estratificado junto al sílex y la arcilla, se vio agujereado por grutas convertidas en trampas sin salida para animales que abrevaban en sus charcas. Esta singularidad ha hecho posible lo que los expertos del CSIC, dirigidos por el paleontólogo Jorge Morales, califican de milagro geológico: un paraje que reunió una ingente y plural cantidad de restos de grandes animales carnívoros y herbívoros allí atrapados, desde los mastodontes y rinocerontes, hasta jirafas cornudas, caballos de tres dedos —hipariones— incluso hasta tigres diente de sable —con temibles colmillos de casi un palmo de extensión— o bien este curiosísimo ahora encontrado precedente del panda rojo del Himalaya.
En total han sido extraídos en este cerro madrileño restos de hasta 10.000 restos de animales distintos. Contrariamente a lo que se suele creer, el panda rojo no es un oso, sino que pertenece a una especie distinta aunque colateral, denominada de los ailuridae. Se cree poseían una larga cola, muy peluda, de color marrón oscuro casi negro. La coloración se iba aclarando hasta llegar a su rostro, de orejitas puntiagudas, singularizado además por dos manchas blancas en torno a sus ojos. Con importante dentición carnívora ya adaptada para consumir restos vegetales —el reciente hallazgo del molar lo corrobora—, se alimentaba de carne y también de cañas —hoy sus descendientes lo hacen con bambú— y pasaba la mayor parte del día amodorrado sobre las copas de los árboles.
Rafael Fraguas | ELPAIS.com