
El animal, que ha sido adscrito a una nueva especie llamada Bos buiaensis, apareció en la localidad de Buia durante unas excavaciones encabezadas por Bienvenido Martínez, del Institut de Paleoecologia Humana i Evolució Social (IPHES), con sede en Tarragona, y Lorenzo Rook, de la Universidad de Verona. Los primeros restos se hallaron en el 2003, pero estaban tan fragmentados que el trabajo de reconstrucción se ha prolongado durante varios años. «Había un centenar de piezas desperdigadas», relata a este diario Martínez. El trabajo de ensamblaje lo ha desarrollado Francesco Landucci, de la Universidad de Florencia.
Los llamativos cuernos miden dos metros de punta a punta y están dirigidos hacia fuera. En cuanto al cráneo, prácticamente completo, es muy robusto y parece adaptado a una dieta de pastos, «ya que con su cornamenta difícilmente podría moverse en ambientes boscosos», prosigue Martínez. Los detalles del trabajo se han publicado en la revista Quaternary International. Las piezas reconstruidas se conservan en el Museo Nacional de Eritrea, en Asmara.
En la zona de Buia, cerca del mar Rojo, se encontró en 1995 un cráneo humano de la misma antigüedad, lo que sugiere que ambas especies se expandieron por el resto del mundo de forma coetánea y siguiendo las mismas rutas, insiste el paleontólogo del IPHES. Los humanos aún no habían descubierto la ganadería, pero posiblemente sí tenían capacidad para cazarlos: «Podría decirse -concluye– que los toros han formado parte de nuestra dieta desde hace al menos dos millones de años».
ANTONIO MADRIDEJOS | elPeriodico.com
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